martes, 17 de agosto de 2021

"Soy mamá y mi hija... Mi universo"

Por: Melissa Rodríguez Montero

Ser mamá ha sido toda una aventura, que me ha hecho crecer como mujer y me ha ayudado a tomar grandes decisiones en mi vida. Soy mamá de Amanda, mi hija de 4 añitos. Me convertí en mamá a los 30 años, siempre pensé que con esa edad estaría mejor preparada para ser madre, pero no es así; la edad no te convierte en madre, lo hace la experiencia.

Melissa con su hija Amanda

Ser mamá es una tarea hermosa, literalmente, te enamoras de tu hijo o hija desde el primer momento en que sabes que está creciendo una vida dentro de tí. Te cuidas para cuidarlos a ellos. Pones todo en juego para que estén bien, para que tengan lo mejor, para darles una mejor calidad de vida día con día. Todo toma un nuevo sentido en tu vida, todo cambia; jamás vuelves a ser la misma de antes. Tener una hija me ayudó a llenarme de valor, a hacerme mucho más fuerte, a convertirme en una mujer valerosa. A afrontar la vida sin miedo por amor a ella.

Amo a mi hija Amanda profundamente, soy feliz cuando mi hija es feliz, ella es mi felicidad. Es el mayor tesoro que he recibido del cielo, ella ha cambiado muchas cosas en mi vida. Entre muchas, el plantearme ser un ejemplo de mujer que ella pueda seguir, de donde ella pueda crecer firme como mujer. He tenido que romper con estigmas e ideas erróneas en mi propia mente, he tenido que enfrentarme a ideas sociales que por muchos años nos han esclavizado como mujeres e incluso nos han limitado. Ideas como “la mujer sin un hombre a su lado no puede salir adelante”, “siempre hay que luchar por mantener a la familia unida sin importar lo que pase y aguantando lo que sea”, “el amor todo lo perdona”. Ideas que nos convierten en esclavos mentales, ante una sociedad que nos esclaviza a no seguir adelante solas, por el “¿qué dirán?''.

Se pueden afrontar los miedos y seguir adelante y contra todo pronóstico social y familiar luchar y darle lo mejor como mamás. Ser madre no es una tarea fácil, más cuando trabajas, estudias y además educas. Tienes muchas cosas en la mente, tienes que pensar en mil cosas más a la vez. Tienes que administrar tu tiempo casi de una forma sobrenatural, no te puedes rendir jamás. En el papel de madre, no existe la posibilidad de tratar de hacer las cosas, tienes que poder hacer las cosas, por tus hijos, aún cuando haya tiempos difíciles, aunque estés cansada, enferma o agobiada, siempre tienes que poder. A nosotras como madres, nadie tiene que estarnos recordando lo que tenemos que hacer, siempre lo trataremos de hacer con el mayor amor del mundo, es una tarea inherente a nuestra labor.

Y hoy estoy orgullosa de quien soy y de quien me estoy convirtiendo. A mis 34 años, soy docente, profesional, madre, ama de casa, estudiante de psicología y puedo ver a mi hija con la frente en alto, y decirle que puede lograr todo lo que se proponga por ella misma, sin dependencias emocionales, sin dependencias económicas, puedo enseñarle a través del ejemplo que nada ni nadie puede detenernos y que esta vida es muy corta para estar viviendo con opiniones sobre lo que es moralmente correcto en cuanto a la mujer.

Deseo que cuando ella sea una mujer adulta, no permita que nadie domine su vida, que nadie le diga cómo debe vestir, cómo debe comportarse, qué puede o no hacer, qué decisiones tomar. Y mucho más importante, que desarrolle una buena autoestima, porque educar se trata de enseñarle a nuestros hijos sobre su valor, a tener amor propio, a darse su lugar como persona, a desarrollar inteligencia emocional y a validar sus sentimientos por sí mismos y que comprendan que su motor de vida viene desde dentro.

Como madres, hijas y mujeres, debemos amarnos primero a nosotras mismas antes de amar a alguien más. Y he comprendido que amar a mi hija implica darle un ejemplo para crecer día a día y poder inspirarla para ser mejor, sin prejuicios sociales y sin temor de otras opiniones.

Ella y yo somos nuestro propio universo.

Te amo Amanda, gracias por escogerme para ser tu mami.

sábado, 14 de agosto de 2021

La montaña

Por: Yanitza Bolaños Villalobos

Se dice que no hay casualidades, pero, ¿qué es una casualidad? ¿Es algo que sucede inesperadamente o, es algo que muy dentro de nosotros anhelamos que suceda? En el fondo todos buscamos algo, muchas personas lo tienen ya definido, pero otras como tú que me lees, buscan en silencio, la verdad no sé cuál es tu caso. No lo digo para atraer tu atención, realmente me agrada saber que estás aquí, porque compartiré parte de mi vida contigo, pero déjame decirte que también tú hoy te convertirás en parte de esta linda experiencia como bloguera. Pero no nos desviemos, y déjame contarte…

Yanitza con sus hojas Rebeca y Raquel

“Juventud divino tesoro”, qué frase tan alentadora. ¿Quién no la ha escuchado? Se piensa que se puede tocar el cielo con las manos, lo que no se sabe se inventa y si no… ¡relax, cero estrés! En mi caso te diré, fue totalmente contrario, como dice un dicho popular “no es lo mismo verla venir, que estar con ella”. Y es que la vida es una caja de sorpresas, y no en todos los casos son tan agradables como se suele pensar.

A los 14 años, empecé mi vida de adulta. No pude asistir al colegio porque debía trabajar, no conocía muy bien el significado de esa palabra, pero sabía que los adultos lo hacían para sobrevivir, y realmente eso era lo que yo intentaba a tan corta edad.

Totalmente desubicada, venía de un hogar destruido por las circunstancias, lo que hizo que simplemente no tuviera identidad. No sabía quién era, menos para dónde iba, pero recuerdo bien que soñaba. Mientras caminaba por en medio de la carretera esperando ser arrollada por un auto, con la mirada inerte, el corazón adormecido a falta de emociones, sin apego a nada, una soledad absoluta, un vacío profundo en el alma. De pronto, levanté la mirada y frente a mí una gran montaña, sobre ella un celaje, desvié mis ojos a los costados y podía observar cómo se perdían las nubes en el más allá, y sin darme cuenta, mientras pensaba que tenía mala racha porque no había ningún carro circulando por la zona, vino la pregunta ¿qué hay detrás de esa montaña?

Mis años pasaron y seguía sobreviviendo a las circunstancias (limitaciones, inmadurez, inexperiencia...) en más de una ocasión expuesta a todo tipo de abuso, perdida ante la indiferencia de muchos que aprovechaban mi condición, recibiendo toda clase de migajas y es que al final, ¿quién era yo para merecer más? Me convertí de pronto en una mujer con el pensamiento de “peor es nada”. Peor es no tener trabajo a que me paguen lo justo, peor es no tener dónde vivir a tener que aguantar abusos, peor es no tener qué comer a recibir sobros de otros, peor es la soledad a vivir un momento sintiendo “que alguien me quiere“. A esto último la frase que algunos me decían: "¿Usted no puede aspirar a que alguien se enamore y decida tenerla de novia? ¡Eso ya no se usa! Ahora agradezca si la vuelven a ver, disfrute el momento, porque más de eso no hay".

Ya en ese tiempo había trabajado en una empresa grande como operaria industrial donde habían muchos empleados, con ello variedad de pensamientos, y en esas edades de 17 a 18 años, ninguno para tomar en cuenta. Casados con solteros, casados con casados, marinovios, de todo se veía, pero yo tenía un sueño, ese amor de cuentos. Quería un amor para toda la vida, o como yo lo resumía, quería tener lo que nunca tuve… “una familia”.

La verdad es que tomar decisiones en momentos de crisis no es lo recomendable, pero bueno, ya a mis 19 años tuve un momento de gran depresión. Sin encontrar sentido a mi vida como en muchas otras ocasiones en el pasado, conocí al hermano de una de mis compañeras de trabajo, nunca lo había visto, la verdad no puedo decir que me gustara, no había nada más que el momento y simplemente se dio. Después de eso supe que algo cambió, lo presentía. En ese tiempo tenía dos trabajos, medio tiempo en una tienda y algunas horas de controlista en una radio local. Alguna vez participaba en un programa de locución llamado “Rancheritas Mexicanas” poniendo música al aire como lo solicitaban. La verdad que disfrutaba mucho de ese instante con tres compañeros más, realmente era mágico, ahí podía sentir que yo era alguien.

Después del encuentro fugaz con aquel muchacho, recuerdo que pasaba las noches con una sensación extraña en mi estómago, en silencio porque la verdad no tenía con quien compartir, intentaba guardar el secreto de lo sucedido, pero en medio de todo, una sonrisa asomó en mis labios y me levanté, busqué un espejo y ahí estaba, un brillo en mis ojos. Recordé la montaña que alguna vez observé mientras me sentí perdida, ¿será que?… ¡Será posible! Y en un momento mi sonrisa logró que mi corazón latiera, ¡podía escucharlo! Por primera vez sentía que estaba viva. Crucé mis brazos abrazando mi vientre y dije: "¿Estás?". Realmente no sabía qué decir, pero volvía decir: "¡Si estas ahí y me escuchas quiero que sepas que nunca te rechazaré!".

Al otro día a primera hora busqué un laboratorio y algo asustada solicité una prueba de sangre, a las 8:00 a.m. debía entrar al trabajo, pero me pidieron esperar y yo quería saber. Estaba algo confundida, no sabía qué pasaría pero a la vez quería pensar que aquel muchacho no llegó por casualidad a mi vida aunque fuera un momento, sino que estaba destinado nuestro encuentro a una historia mayor.

Cuando salió el laboratorista con un sobre en mano, me pregunta ¿quiere que le diga el resultado? Yo lo miré asustada, moví la cabeza señalando que no, y salí apresurada, me quedé en las afueras del lugar, recostada a la pared en media acera y poco a poco abrí el sobre, saqué el papel y… “POSITIVO”.

¡Wow! ¡No lo podía creer! ¡Estaba embarazada! Estaba tan feliz que corrí a la tienda, mientras gritaba en mis adentros: "¡Nunca más estaré sola!". Realmente brincaba de alegría. Aún no habían abierto el local, no podía dejar de llorar, agradecía a Dios y abrazaba mi vientre diciendo: "¡Siempre te voy amar!". Fue el momento más feliz de mi vida, ¡Sería mamá! Ahora tendría una familia, porque ingenuamente creí también que el padre de mi bebé sería mi amor eterno.

Como era de esperar el muchacho difícilmente respondería, el tenía 23 y como me dijo: "No estoy para complicaciones, ese bebé no es mío, posiblemente usted ya estaba embarazada y ahora aprovecha lo que pasó para que yo me haga cargo". Les diré, aunque me enojé en el momento, era tanta mi alegría que simplemente decidí continuar mi vida trabajando y soñando con el día que mi bebé naciera. Mientras tanto le cantaba, contaba cuentos, le enseñaba a tocar guitarra, le enseñaba los colores, le describía sonidos y mientras lo hacía mi mundo cambiaba, todo parecía distinto, ahora podía sentir que estaba en la cima de la gran montaña.

Aunque todo parecía bonito, los insultos, humillaciones y argumentos despectivos no se hicieron esperar como el rechazo de mi madre y otros familiares que decían que yo era la mancha de la familia. Ya no solo era una buena para nada, inadaptada, una sin futuro, una analfabeta sin familia, sin oficio ni beneficio, con problemas existenciales, ahora para colmo sería madre soltera. Si antes no era nadie, ¿ahora que podría esperar? El resto de mi vida tendría que bajar la cabeza y no esperar nada bueno ya que, para muchos había terminado de arruinar mi vida.

Haciendo caso omiso a palabras necias, compré algunos retazos de tela y ¡manos a la obra! con una maquina de coser me hice ropa para la ocasión. Estaba tan emocionada por la noticia que aunque no se me notaba, me puse maternales. Sencillamente creía que era mi forma de demostrar a mi bebé que no me avergonzaba y como se lo prometí no lo escondería, así que con gran orgullo afronté mi etapa de madre soltera y amé cada día de mi embarazo. Yo misma lijé la cuna, hice cada sabana pintada a mano, junto con los protectores, colchas, almohadas, y adorné una pared con piezas en cartulina que decía “Bienvenida”, ya que al término de mi embarazo sabía que era una niña.

Se acercaba el momento de dar a luz y la verdad inexperta no tenía ni la menor idea de lo que debía hacer, una hermana del padre de mi bebé, de muy buen corazón se convirtió en mi ángel para ese tiempo y me pagó una cita médica en un hospital privado, con la intención de que ese mismo médico me ayudara en el parto por medio de la CCSS. Realmente yo pedía a Dios estar cerca del Hospital para ese momento, ya que mi preocupación era no tener cómo trasladarme. Mi plegaria fue escuchada, ya que en mi último monitoreo, marcaba grandes contracciones las cuales no sentía y siendo ese día viernes con 42 semanas de gestación, el médico decide internarme para tenerme en observación.

Recuerdo que caminé unos pasos hacia la enfermera y estando de pie para dar mis datos, ¡zaz!, algo caliente bajó por mis piernas. Al volver a ver, en segundos estaba sumergida en un charco de sangre. Sin conocer lo que sucedía pregunté a la enfermera, quien era una muchacha que estaba de turno haciendo su práctica universitaria.

– ¿Es normal lo que me pasa?

- ¡No lo sé! A decir verdad no tengo a quien preguntar, yo solo estoy de guardia. ¿Le duele algo?

- No -respondí-.

- Sígame -dijo-.

Caminamos a un cuarto frío, ella me ordenó que subiera a la camilla y añadió: "Le dejaré un balde y muchas mantas, para que se cambie y limpie la sangre, ya que no hay médico hasta el lunes y al parecer su dilatación está muy lenta, al fin tampoco le duele nada". Yo, algo confundida, únicamente veía como tenía que cambiar cada cinco minutos mi manta, la sangre no cesaba, pero pensaba que era algo normal.

Toda la madrugada de sábado sangré. También el día, noche y madrugada del domingo, sin detenerme. Estaba tan débil que ya no me podía levantar. Seguía sola en el cuarto, mientras un grupo de estudiantes se oían riendo a lo lejos, con chistes e historias. Intentaba llamarlos, pero ya no podía, sentía mi voz apagarse. Cuando a las 8:00 a.m. del domingo entró un hombre de gabacha blanca que corrió hacia mí. Era el médico que me había atendido en privado, la tía de mi bebé lo había contactado porque no sabía nada, ni tenía información alguna. Él abrió mis párpados cansados, levantó la sábana para revisar y vio la piscina de sangre en la que estaba acostada. Gritó al grupo de internos y les preguntó que desde cuándo estaba yo así. Ellos se miraban entre todos pero nadie dio respuesta. Yo le dije asustada que desde el viernes en la noche. Pude ver su cara de preocupación. "¡Detengan todo! ¡Si no se opera ya, aquí se les muere!", dijo. Y me desplomé.

No supe más, hasta que a lo lejos una voz me gritaba. "¡Yanitza por favor, despierte! ¡La bebé la necesita, despierte!". Sonaba muy lejano, pero poco a poco escuchaba cómo la voz se acercaba y decía: "¡La bebé la necesita! ¡Por favor, abra los ojos!". Escuché un llanto y abrí mis ojos, ahí estaba Ana, la tía de mi hija llorando, habían pasado 12 horas desde mi operación sin lograr despertar, mi hemorragia volvió aún después del nacimiento de mi hija, y la habían llamado del hospital para que alguien recogiera la bebé ya que mis posibilidades de sobrevivir eran mínimas. Mi embarazo había sido placenta previa, pero nadie lo había detectado en los chequeos, un alto riesgo sin seguimiento.

Logré ver a mi bebé, Rebeca, así le llamé, por fin estábamos juntas, y la razón de volver a la vida. A partir de ese momento inseparables, mi refugio, mi todo, no existía nadie más que ella. Lo que siguió no fue nada fácil, pero éramos ella y yo contra el mundo, nadie más.

Trabajaba y pagaba para que me la cuidaran, mi salario apenas alcanzaba, pero mi Rebe, lloraba desde el momento que la dejaba con la niñera hasta mi regreso, desecha cada día, entraba a mi trabajo después de arrancar a mi bebé de mí cuello. Al término de mi jornada laboral deseaba tener pies de cierva para correr a toda velocidad hasta donde estaba mi hija. Ahí la encontraba, cansada de tanto llorar, sin comer, bañada en sudor de tanto sufrir por mi ausencia. Desesperada busqué otro trabajo y dejé la tienda, encontré de doméstica en una casa donde la señora era muy especial, ella me permitía llevar a mi hija, y ahí hacíamos tres horas de comida ya que yo era quien cocinaba. Ganaba 30 mil colones la mensualidad, pagaba un cuarto con un baño, donde solo tenía una cama, mi máquina de coser y la ropa, el cual costaba 25 mil colones con servicios incluidos, mis fondos para alimentación eran 5 mil para el resto del mes.

Salía del trabajo a las 3:00 p.m. con mi hija y apenas alcanzaba para comprar bananos. Cuando mi bebé me pedía de comer le daba uno, y esperaba que amaneciera para nuevamente poder llegar a desayunar en la casa donde yo trabajaba. La tía de mi hija, Ana, quien me cuidó en el hospital, se la llevaba los sábados para alimentarla y yo volvía a comer hasta el lunes que empezaba nuevamente mi jornada. Aunque me sentía triste por no tenerla, sabía que era lo mejor para ella , ya que no tenía nada para darle.

Ya en ese tiempo me había reencontrado con un conocido de la infancia, compañero de mi hermano del colegio que llegaba a casa para hacer tareas. Empezamos a salir y como era alguien que conocía desde los 10 años me sentía familiarizada, lo consideraba amigo. Hasta que me propuso empezar una relación de noviazgo. La idea me parecía algo descabellada, pero me dije: "Pondré todo de mi parte y empezamos una relación". Mi hija tenía 4 años para entonces.

Lamentablemente en esos días la dueña de la casa donde trabajaba me había recomendado con otra señora para que le ayudara en costura, ya que el salario era mayor y ella conocía mi situación. Con mucho temor acepté, pero al término de 15 días de haber empezado, para un Día de la Madre, llegué a mi trabajo y el lugar estaba desmantelado. Una vecina me dijo que la policía había llegado de noche y habían barrido con todo después de un caso de agresión. ¡Quedé aterrada! ¡No me había pagado y no tenia trabajo! Corrí sin detenerme hasta llegar donde mi antigua jefa, pero ya había contratado a otra empleada y con dolor me dijo que no podría despedirla para recontratarme. ¡Sentí que el mundo se me vino abajo! ¡No podía pagar dónde vivir y no tendría para dar de comer a mi hija! Solo me quedó una cosa, buscar al que ahora era mi novio y contarle entre llanto lo sucedido, sus palabras fueron: "Ya sabe lo que tiene que hacer".

Él tenia su casa propia y yo no quería vivir en unión libre, no estaba preparada. Pero no podía dejar a mi hija en la calle y no había más que hacer, necesitaba un techo. Así que llegué a esa casa, él estaba trabajando y solo entré con mis 3 cosas, me senté en un cuarto con mi hija y esperé a que llegara. Fue horrible su mirada de desprecio, ya no me veía igual, era un hombre frío, mal encarado, no se podía hablar con él, yo aprendí a callar por mi hija, recibir desprecios, ofensas y maltratos verbales. Quedé embarazada y amaba a mi pareja con todo, virtudes y defectos. Tenía 25 años, otro bebé, y él más me detestó, decía que era mi culpa, que yo no pensaba en superarme, solo en tener hijos. Dejó de hablarme por tres meses cuando supo de mi embarazo y después decía que no quería ese bebé ni a mí.

Descubrí que mi pareja tenía otra persona, una muchacha joven, estudiante de colegio, blanca, esbelta, su cabello era largo, bien peinado y sus ropas de marca. Yo estaba en huesos, desfigurada por el dolor, no comía porque él no se preocupaba por comprar. Si alguien me regalaba algo yo se lo guardaba para que él comiera, trataba de desvivirme por él porque mi mamá me decía que "ya ahora con dos bebés nada que hacer, aguantar calladita". Fue un infierno, caí hasta el fondo nuevamente, cada día para mí no significaba nada. Para él yo era solo de uso personal, y a la otra la amaba, yo simplemente era la que estaba a mano.

Tuve un desprendimiento uterino al inicio de mi embarazo por un forcejeo con él, un sangrado y ¡no mi bebé! Corrí al hospital, dijeron que era un aborto, mi corazón se partió en mil pedazos y me enviaron hacer un legrado. Yo pedí un último ultrasonido, pero las enfermeras me gritaban: "¡Necia! ¡Ya lo perdió! ¡Ridícula! ¡Dramática!".

En el pasillo esperando el triste procedimiento junto a otras embarazadas que estaban en lista para el chequeo mensual de su embarazo, aparece un médico, era el que practicaba los ultrasonidos, le grité: "¡Doctor ayúdeme por favor!". Me le tiré a los pies y supliqué que me hiciera el ultrasonido. Las enfermeras me jalaron de la ropa pidiendo disculpas al médico. Pero yo no me solté de sus piernas y lloré amargamente. Él me tomó de los brazos y me levantó, me preguntó: "¿Qué pasa?". Yo le conté todo y le pedí un ultrasonido final antes que me hagan el legrado. Nuevamente las enfermeras molestas repitiendo las mismas cosas que me habían dicho antes. El médico me miró con compasión y me dijo con voz dulce: "Tranquila yo te hago el ultrasonido". Yo lo abracé agradecida sin detener mi llanto y subí a la camilla. Él preparó mi abdomen, puso la máquina fría sobre él y de pronto su rostro cambió. Me dijo asombrado: "¡Quién te dijo que habías abortado!". Caminó hacia la puerta y llamó a las enfermeras que me habían tratado mal y les preguntó: "¿Quién afirmó la perdida? ¡Vean el monitor!". ¡Y ahí estaba! Como pez en el agua mi bebé se movía saludando, ¡estaba vivo!, pero había un hematoma que reflejaba un desprendimiento de otro feto, se había formado fuera del útero. En ese tiempo no entendía mucho, habían sentimientos encontrados pero la única noticia importante era que mi bebé estaba aún dentro de mí. Regrese a casa feliz, pero lo que me esperaba fue aún peor. Cada día con mi pareja era una muerte lenta para mí.

Aún así él exigía que ojalá fuera niña, porque un varón no quería. Verdaderamente la noticia de que era una mujercita nos la dio un médico, yo creí que eso lo haría verme distinto, pero su rostro fue tétrico. Dijo que no había nada que celebrar, y de hecho así lo hizo, cada vez que organizaba un té de canastilla él decía: "No quiero esa bebé, ni a usted, es más, cuando nazca me iré con la mujer que amo".

Cuando llegó la fecha del nacimiento, yo estaba almorzando con él, sentí un malestar y le pedí que me llevara al hospital. Molesto porque le interrumpí su tiempo de comida y de mala manera me llevó. Al llegar el médico preguntó si yo ya había comido porque mi primer bebé fue cesárea y fue placenta previa, lo mejor era operar. Yo le dije que sí, y me dijo que lástima porque habría que esperar porque debe ser en ayunas.

Inmediatamente el padre de mi segundo bebé se levantó y exclamó: "¡Por muerta de hambre no nace hoy mi hija! ¿Por qué tenía que almorzar? Ni crea que voy a perder mi tiempo otra vez aquí. No sacaré vacaciones por paternidad ni espere de mí nada, usted ya sabe lo que pienso". El médico le pidió que se tranquilizara pero él añadió: "Y de una vez la operan, porque no quiero más hijos".

Un ginecólogo y un enfermero que me habían atendido todo el embarazo y eran mi paño de lágrimas, conocían mi situación. ¡Muchacha, él no la quiere! No permita que la operen", me dijeron. Pero él les dijo: "¿Quién vive con ella? ¿Ustedes la van a mantener?". Y yo dije: "De todas formas no soy nadie, y no hay nada para mí después de esto, hagan lo que pide". Él dijo: "No la amo pero me sirve, y quién sabe puede que cambie de opinión y me quede, la quiero a mi manera, pero sin más hijos".

Nuevamente el enfermero me dijo: "Usted tiene mucho por delante, el día de mañana puede encontrar un buen hombre que la ame con sus hijas y podrán tener otro bebé fruto de su amor". Yo con mi voz sin aliento le respondí que en este momento no iba a pensar en un hombre o en amor. Había tenido dos embarazos despreciados por los hombres que engendraron, no podría soportar un embarazo más igual a estos. Y si ese hombre existiera y me amara de verdad, me aceptará sin poder darle hijos y aceptará a mis hijas como suyas.

Nació mi segunda hija, Raquel, era muy pequeñita, piel morena, desnutrida, ojos grandes, negros y muy redondos, rostro muy triste, lloraba día y noche. El padre no la quiso ni ver al llegar a casa, pasaba los días con la mujer que amaba y se desentendió totalmente de nosotras. Operada, intentaba hacer las cosas de la casa y cuidar a mis hijas, mientras él simplemente ya no estaba ni le interesaba nada de nosotras. A los ocho días de nacida mi hija, se fue con ella, feliz, con su verdadero amor.

Me convertí nuevamente en el hazme reír de los demás, compañeros de trabajo de mi expareja, de su familia, de mi familia, de vecinos, que al detenerme en la calle me decían: "Siéntase orgullosa. ¡La cambiaron por un mujerón! Nada que hacer a la par suya".

Como yo quedé viviendo en la casa, mi expareja sentía que tenía derecho y para demostrarle su amor a su nueva pareja, venía con ella para insultarme, lucirla delante de mí y hablar de lo feliz que era con una mujer tan linda. Desde luego ella terminaba de rematar la ofensa. Luego regresaba solo y me decía que lo perdonara, estaba conmigo y luego me volvía a insultar diciéndome que yo no valía nada, que él era hombre y tenía sus necesidades y yo era la que estaba a mano, pero que le daba vergüenza, asco. Parece difícil de creer, pero así estuve dos años, escuchando a la gente decir que todos los hombres son infieles, que al menos tenía techo, que me buscara otro para pasar el rato, que si era madre soltera de dos, "lo que se han de comer los gusanos que se lo coman los humanos".

A mis casi 28 años, no dormía, no comía, no tenía forma de mujer, realmente era un despojo humano, simplemente pedía no despertar, sabía que mis hijas estarían en mejores manos que en las mías. ¿Qué les podría ofrecer? Yo solo era un estorbo que robaba oxígeno en este mundo, como me lo decían. En mí ya no había nada más que dolor, debilidad y frustración.

Una madrugada de esas eternas hace 17 años, miré al cielo y pregunté: "¡Existes! ¿Por qué no te veo? ¿Esto es vida? ¿Quién soy? Yo no merezco nada, no valgo nada. ¿Pero mis hijas? Solo son dos inocentes. Ayúdame a salir de aquí y no volver atrás, dame fuerzas para volver a subir a la montaña y ver que hay detrás de ella, porque hoy no logro ver nada".

Al amanecer nuevamente como una vez lo hice, me paré frente al espejo, y me dije: ¡Ya no más!". Alisté mi ropa, mis hijas, busqué un camión de mudanza con solo lo personal, y salí de ese lugar para venir a Palmares. Sabía que mis hijas nunca me iban a agradecer ser insultadas, humilladas por estar en una casa que no les pertenecía, ver a su madre llorar despojada de toda identidad. Una juez me dijo: "Espere 10 años y la casa es suya porque tiene derecho". Otros me decían: "Tendrá que volver cuando no tenga cómo mantener a esas hijas suyas". Mi expareja se mofaba y me decía que tendría que pedirle perdón cuando quiera regresar. Pero yo decía: "¡No! ¡Mis hijas merecen una vida digna! Si solo comemos bananos, así será pero tranquilas, en paz".

A nuevas tierras llegué y aquí me conocí, desperté de mi pesadilla y respiramos aire puro. Vi a mis hijas sonreír, jugar y disfrutar. Raquel nunca más volvió a llorar, sus ojos brillaban con una belleza interna. Yo vendía pan, cosía, y hacía lo que pudiera para poder salir adelante, pagar el alquiler, la comida et Aquí fui conocida como la muchacha que sabe hacer de todo, la bonita, la sonriente, la que está llena de dones, la que todo le queda rico, la que es inteligente. Me di cuenta que ese paso en la oscuridad me trajo a descubrir un mundo donde me pude encontrar a mí misma, eso que tanto buscaba sin saber, era yo misma. Aprendí a quererme, a respetarme y empecé a soñar. Llegué a sentirme orgullosa de todo lo vivido, eso me hizo fuerte, amé mucho más a mis hijas porque ellas fueron ese motor que Dios me dio para dar ese último impulso.

Cuando mi hija menor tenía 8 años, después de saber quién era yo, reencontrarme, sanarme y decidirme a seguir adelante con fuerza y sin dudar, conocí al que hoy es mi esposo, un hombre que me aceptó con mis hijas y sin poder darle hijos. A mis 39 años, volví a estudiar, saqué mi colegio, e inicié una maravillosa etapa universitaria, donde al día de hoy me encuentro a un paso de finalizar mi Licenciatura, si Dios me da vida.

Tengo 44 años, estoy llena de sueños, amo la vida y estoy tan agradecida por todo lo vivido, porque eso me hizo despertar la verdadera mujer que siempre estuvo dentro de mí. Una mujer fuerte, valiente, esforzada, la que hoy camina con paso firme, orgullosa de quien es y feliz, porque nunca volví atrás. Hoy estoy con mis hijas de 19 y 24 años, sanas, lindas, educadas, nobles, agradecidas con lo poco que tuvimos pero con estabilidad emocional, luchadoras, aprendieron que la felicidad está dentro de ellas mismas y amarse a sí mismas en primer lugar. Hoy los que se burlaron de mí no me reconocen, los que me quisieron y vieron derrotada un día hoy me admiran, me extrañan y valoran, porque esperaron sentados a que regresara destruida, mientras yo avanzaba a pasos agigantados para mejorar, haciéndome cada vez más fuerte, dejando de ser víctima de las circunstancias.

Hoy esa adolescente desorientada, es parte de mi historia, esa mujer abandonada y despreciada también es parte de mí y la abrazo en mis recuerdos, porque todo es un complemento de la mujer que soy hoy, de ese proceso de transformación, ¿cómo hubiera llegado hasta aquí? ¡Nada es casualidad!

Si llegaste hasta aquí leyendo mi historia, quiero decirte una última cosa: Si hoy te sientes caído o caída, si estás encerrado en un mundo de oscuridad, no pierdas la fe, cree que esto solo es un instante  todo forma parte de un plan, y no te preocupes, todo pasa.  ¡Levántate y has un último esfuerzo! ¡Debes cruzar tu montaña!




"Fue una gran sorpresa saber que iba a ser mamá sin tratamientos y sin exámenes"

Por: Karol Zúñiga Chinchilla

Desde muy joven soñé con ser mamá, recuerdo que desde pequeña decía que quería tener una hija y que se iba llamar Valeria.

Con el paso del tiempo me casé y ese sentimiento de ser mamá fue más fuerte. Sin embargo no todo fue como lo había planeado en mi mente, ya que tenía múltiples problemas de salud para quedar embarazada.

Karol con Jimena (de orejitas rosadas) y Valeria

Recuerdo que en muchos momentos lloré pensando sí ese día algún día llegaría o no, soñaba con poder tener a mi bebé en brazos. Cuando decidimos intentar quedar embarazados y lo logramos, fue mágico. Fue una gran sorpresa saber que iba a ser mamá sin tratamientos y sin exámenes, contrario a lo que me habían indicado varios médicos.

Ante los problemas que presentaba, fue un embarazo de alto riesgo en el cual el miedo estaba presente en mi corazón, pero la convicción de que Dios es más grande que cualquier circunstancia hacía que creciera más mi fé. 

Mi sueño no solo se cumplió al quedar embarazada, también se cumplió al saber que iba a ser una niña, que por supuesto llamamos Valeria. Esperamos un lapso de 5 años para intentar embarazarnos nuevamente, porque estábamos claros que sí se volvía a presentar un embarazo de alto riesgo, queríamos que Vale fuera más independiente.

Al intentar el segundo embarazo, en dos meses nos llega la sorpresa de que íbamos a ser nuevamente papás. Esta segunda vez las cosas fueron sumamente difíciles ya que los síntomas y riesgos de aborto eran muy frecuentes. Incluso pasamos por una situación inmensamente dura en la que pensé que mí bebé ya no estaba, puedo asegurar que ese día conocí lo que es realmente el miedo, el temor más grande que es perder un hijo. Ir en esa ambulancia y la espera de saber si aún estaba mi bebé en mi vientre, fue realmente desesperante.

Al llegar al Hospital, realizaron el ultrasonido y pude ver a mí bebé tocando su carita. En ese instante, en mi corazón solamente podría existir agradecimiento a Dios porque pronto iba a conocer a Jimena.

Pesé por tantas situaciones durante el embarazo y el parto que puedo asegurar que el hecho de ser madre, en mi criterio personal, es el regalo más hermoso que puede haber, es ese motor que me impulsa a ser mejor, es un deseo por verlas sonreír siempre y una bendición al escucharlas decirme "Mamá".

Vale es una colochita hermosa, inteligente, creativa, extrovertida y me llena el corazón de orgullo. Jime es una princesa, tiene una chispa y una personalidad únicas, es súper cariñosa y siempre se preocupa por el bienestar de los demás.

La vida está plagada de retos y situaciones difíciles, pero a pesar todas estas situaciones, con la fé puesta en lo que creemos podemos salir adelante. Como mamás no siempre vamos a vivir en un cuento de hadas, en el que todo es maravilloso, van a haber días difíciles, días que nos frustramos y días en que queremos un momento para nosotras a solas. Y esto no está mal, antes de ser mamás somos mujeres, con necesidad de establecer un tiempo para enfocarnos en nosotras mismas.

Además de ser mamá, esposa y profesional, también saco tiempo para mí. Trato de llevar una vida saludable, cuido mi interior creyendo fielmente en las promesas y el amor que Dios tiene para mí.  Cuido mi cuerpo y me preocupo por mi bienestar porque me quiero sentir bien conmigo misma y estar siempre bien para ellas.

En conclusión, la bendición de ser madre para las mujeres que tenemos ese deseo, es lo más maravilloso. Nos llena ver las caritas de nuestros bebés, verlos crecer y desear que toda su vida esté rodeada de ese amor y bendiciones. Pero no nos olvidemos de nosotras, recordemos que para que nuestros hijos estén bien, nosotras tenemos que estar bien, primero.

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